La pantalla oficia como una especie de juego
multiplicador con respecto a posibles imágenes ficcionales de Artigas. No es
una pantalla plana, no es neutral. Es una pantalla que elije una ficción
fisonómica entre las tantas variantes previas. Sobre el rostro blanco, sobre la
tela neblinosa, muy blanca, que lo cubre y lo revela, se proyectan otras tantas
variantes extraídas de un rico conjunto con distintas procedencias
iconográficas. Se produce así un juego que instaura una sutil, casi inasible
ironía. El prócer es el rostro en altorrelieve y, al mismo tiempo, es la suma
todas las referencias que sobre ese rostro se van proyectando. El espectador
debe decidir cuál es la ficción que siente propia, en cuál afinca su
pertenencia. Si quiere, en esa atmósfera de juego riguroso que traspasa toda la
propuesta, decidir respecto a las ficciones ajenas. Respecto a verdades o
engaños, a las posibles certezas o a las esquivas vacilaciones.
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