El busto de Artigas, encontrado como desecho, termina siendo el detonador para la
concreción final de la propuesta. Ese busto restaurado de manera
intencionalmente poco minuciosa, es
apenas dignificado por la pátina de falso bronceado. Entabla un extraño
diálogo con el molde que se usó para su restauración. El molde, pleno de
ausencias, es el recipiente favorable para una cantidad imprevista de
diferentes ficciones. Aparece vacío, imperfecto, acumulando polvo y tiempo. Su contracara es el
resultado de ese molde, el busto donde se disimula el deterioro para intentar
recuperar la apostura heroica, o quizás
solo la condición humana. Sin embargo rajaduras y pequeños daños, insinúan una
ficción siempre inacabada. De alguna manera, más que dialogo, ambos objetos
establecen un mutuo reflejo.
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