La intención de conducir ciertas ficciones como un
juego se hace evidente en dos planteos de rompecabezas, de lúdicos modelos para
armar. En ambos aparece el rostro del héroe como construcción ajena a
fidelidades fisonómicas. Ha sido conformado por una nutrida suma de registros
iconográficos, desembocando en un cierto estereotipo, por lo menos, el que se
ha aceptado como verdad inverificable. El juego, tan simple como rigurosamente
alusivo, se ofrece en modos diferentes. Por un lado, en tamaño importante,
permite la participación directa del espectador, la posibilidad de armar la
ficción con aciertos y errores similares a los que pueda haber tropezado la
historia. Por otro, en seductor y humilde packing similar a los que se ven en
almacenes o supermercados, se alude a un producto de consumo popular, código de
barra incluido. Algo así como una ficción pronta para llevar, para ingerir al
paso.
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